Hasta no hace tanto tiempo atrás, cuando alguien se refería en público a escribir, por lo general significaba, precisamente, publicar. Estaba claro que entre uno y otro dista un trecho vastísimo, las más de las veces insalvable, pero la secuencia era rigurosa. Primero se escribe, y después, con mucha suerte y más trabajo, se publicaría.
A nadie se le habría ocurrido que la posibilidad inversa -publicar primero, escribir después-, pudiera existir siquiera.
A nadie se le habría ocurrido que la posibilidad inversa -publicar primero, escribir después-, pudiera existir siquiera.